martes, 8 de abril de 2008

La carretera, de Cormac McCarthy

The road (2006)
Ed. española de 2007
Literatura Mondadori

210 páginas
ISBN: 978-84-397-2077-5

La carretera es un libro duro, sangriento, terrible, pero tremendamente catártico y positivo. Su marco narrativo es muy sencillo: un hijo y un padre caminan por una carretera tras un desastre mundial que ha dejado el mundo, literalmente, en cenizas. No conocemos el origen de la hecatombe, que descubrimos por sus efectos: gran parte de la humanidad ha muerto y la naturaleza se ha convertido en polvo gris que mancha los pulmones de los pocos supervivientes. Los hombres han reducido su vida a una búsqueda constante de comida, refugio y seguridad. En este mundo frío, gris y sin esperanza, los hombres ya no son personas y no hay regla moral que valga.

En este contexto, el pequeño núcleo familiar de padre e hijo viaja sin descanso por una carretera en dirección al sur. Mientras luchan por sobrevivir a las bandas de antropófagos, a la carestía y al tremendo frío, el padre intenta dirimir si será capaz de matar a su hijo en caso de ser atrapados.

Como en muchos relatos, lo importante del viaje no es el destino, sino lo que hay antes de llegar a él. El libro juega en sus páginas con profundos conceptos morales y filosóficos. A pesar de lo terrible de la situación y de que el libro sea, en su gran parte, un mero diario de la búsqueda de alimento y calor de los protagonistas, lo poco que permanece del antiguo mundo no es arbitrario. En este tipo de relatos, los restos de la humanidad acaban siendo lo mínimo a lo que reduce la existencia humana su autor. Lo primero que queda, primero, es la carretera, punto de paso, de cambio y esperanza de alcanzar una situación mejor, aunque conlleve trabajo y sacrificio. Segundo, quedan los restos de la antigua civilización y, más en concreto, las casas de los hombres fallecidos. No me parece arbitrario que los dos protagonistas sólo encuentren comida en abundancia sea en hogares, donde no encuentran cadáveres. Reducidos a lo mínimo, la esperanza se encuentra en este tipo de edificios, aunque no la seguridad, pues el miedo a ser atrapados en una trampa les hace no parar demasiado tiempo en ningún lugar. Finalmente, queda del antiguo mundo la familia, es decir, ellos dos. Entre padre e hijo se producen pocos conflictos reales y entre ellos el sacrificio es extremo, hasta el punto de arriesgar la vida. El mundo desmoronado no es capaz de engullir al reducido mundo familiar, que, pase lo que pase, se resiste a perder la esperanza, aunque por separado vean poca salida real.

El mundo, dentro de este microcosmos familiar, queda reducido a dos bandos: los buenos y los malos. Los primeros, como explica el padre en lenguaje infantil, "lleva el fuego". Ellos no matan por comer, ni matan por placer. Sólo la rotura de este compromiso moral con la decencia es capaz de romper con el propio vínculo familiar.

La carretera, partiendo de una historia repetitiva, dura y cruel, va más allá de una road movie. El libro lleva al límite la maldad e inconsciencia humana, por lo que deben evitarlo aquellos que busquen una bonita historia de mundos fantásticos. Es una novela más introspectiva que de ciencia ficción, aunque el contexto sea de un mundo futuro plausible. Gustará a aquellos con estómago de hierro, capaces de captar debajo de una historia cíclica el profundo entretejido del hombre.