jueves, 9 de octubre de 2008

El martillo de Dios, de Arthur C. Clarke

El martillo de Dios, edición B, Barcelona, 1997
Original, The Hammer of God, 1993

No se puede negar que Arthur C. Clarke es uno de los grandes escritores de ciencia ficción. Libros suyos como 2001: una odisea del espacio o Cánticos de la lejana tierra se han convertido en clásicos de la ciencia ficción. Sin embargo, su obra El martillo de Dios, a mi juicio, no se encuentra entre sus grandes trabajos.

En el año 2070 y pico, la Tierra se encuentra amenazado por un asteroide, Kali, que se cruza por su órbita poniendo en peligro toda la vida de nuestro planeta. Robert Singh es encargado de llevar una nave, la Goliath, para posarse sobre la roca asesina para desviarla con sus potentes motores. Mientras, una secta religiosa fanática, los Renacidos, se propone evitar que la misión del capitán Singh consiga sus objetivos.

La ciencia ficción no tiene por qué acertar siempre con los mundos entrevistos. Julio Verne fue un maestro en acertar en lo que previó del futuro, pero otros muchos autores prometieron avances científicos para nuestra época y fracasaron en sus augurios. Sin embargo, en muchos de estos textos se daba en el blanco en lo fundamental: quizá no volamos en el año 2000 en coches voladores, pero muchos acertaron en pensar cómo sería nuestro tiempo y sobre todo, cómo seríamos nosotros mismos. Las previsiones a largo plazo en lo tecnológico son relativamente fáciles, pero suelen fracasar, a corto plazo, especialmente en los pronósticos sociales.

El martillo de Dios quizá acierte en el futuro en lo tecnológico. Quizá dentro de 50 años podamos navegar con facilidad, y de forma privada, por el espacio. Pero lo que está claro que en otros pronósticos falla estrepitosamente. Su previsión sobre una religión única, lo que denomina crislamismo, es un ridículo. De hecho, según el plan histórico del libro, el proceso de conversión a esta religión hubiera comenzado ya en 1990 y en los comienzos del nuevo siglo se habría extendido por el mundo. No hay problema con que se falle en la ficción en las previsiones, pero sí resulta poco acertado cuando los juicios de lo que vendrá se basan en prejuicios ideológicos (hacia el cristianismo y el islamismo, que no contra el hinduismo) que falsean la percepción de la realidad y el conjunto de la obra.

Este manía por simplificar la religión e interpretarla como algo a priori negativo, contrario a la ciencia y al futuro, empaña el libro de Arthur C. Clarke. Por otro lado, el argumento del libro es algo simple y las formas narrativas abusan de los textos telegráficos y episódicos. El autor parece incapaz de escribir más de tres páginas seguidas sin cortar el relato con otro episodio. El conjunto de la narración resulta bastante desordenada y excesivamente impresionista.

El libro disgustará a aquellos que busquen literatura de ciencia ficción profunda, aquella que plantea grandes retos que definen al hombre en sí, como ser racional y nos ayudan a definirnos a nosotros mismos. El martillo de Dios no plantea la naturaleza de Dios, ni de la ciencia, ni del hombre.

Por el contrario, sí que satisfará a aquellos que busquen leer un libro sencillo de leer, sin complicaciones ni valoraciones complejas. Un buen libro de los que permiten decir, al terminarlo: "Uno más". Y, después, apuntar en la lista que se ha leído un texto del autor de 2001: Una odisea del espacio.

martes, 2 de septiembre de 2008

V de Vendetta, de James McTeigue

V for Vendetta, dirigido por James McTeigue
Producido por Joel Silver, Andy Wachowski y Larry Wachowski
Estados Unidos
2006

La historia original de V de Vendetta procede de una novela gráfica escrita por Alan Moore e dibujada por David Lloyd. La trama es sencilla: "V" (Hugo Weaving), un cuasianarquista con capa y sombrero, planea volar el Parlamento de Londres para luchar contra un Estado opresor y fundamentalista que ha impuesto en Gran Bretaña un gobierno basado en el miedo y la dictadura. En el camino de sus planes se encuentra con Evey Hammond (Natalie Portman), una periodista de la única cadena de televisión existente, que, por culpa de V, es perseguida por cooperación con el terrorismo La clandestinidad a la que Hammond se condena y el contacto con V revolucionan su mundo y su propia persona.

La trama de V, si se lleva hasta el extremo, resulta más que interesante. ¿El anarquismo es una respuesta adecuada ante la tiranía? ¿El terrorismo es válido cuando despierta a un pueblo dormido y amedrentado? ¿V busca sólo venganza de los que le condenaron a vivir tras una máscara o su fin es social? ¿El miedo es el mayor limitador de la libertad? Estas preguntas, me imagino, son una traslación de las mismas que planteaba el cómic de Moore y Lloyd.

Sin embargo, como en otras adaptaciones del cómic a la gran pantalla, todavía el despliegue escénico resulta algo pobre. Los planos y los ambientes resultan algo estáticos, como si fueran una mera reflexión de lo contado en el cómic. No nos hacemos a la idea de cómo es el agobio de la dictadura, cómo se muestra en la calle, cómo es la vida normal de la gente bajo la opresión de Inglaterra. Abundan las imágenes nocturnas y, sobre todo, los interiores, pero faltan imágenes de normalidad que expresen la opresión política: falta la asfixia de la escasez de libertad.

La película tiene otros aciertos, sin embargo. La labor de Natalie Portman es acertada, a pesar de que el guión le deja un personaje algo plano y básico. Otro acierto es el misterio con el que V se maneja, que nos ahorra la típica escena de desvelamiento del rostro del protagonista: la verdadera cara del anarquista no es la que hay debajo de la careta, sino la que él ha elegido. Las escenas de rebelión de los ingleses, vistiendo caretas en una manifestación, resultan memorables, pero intuyo que tienen menos impacto que en el cómic.

V de venganza gustará a aquellos que se plantean problemas políticos y las imprescindibles cuestiones sobre el monopolio de la violencia del Estado o el asesinato justo del tirano. Disgustará a aquellos que buscan en este tipo de cine pura acción o despliegue de alta tecnología.

viernes, 8 de agosto de 2008

Wall·e, de Pixar

Wall-e, dirigido por Andrew Stanton
Producido por Jim Morris y John Lasseter
Estados Unidos
2008

La ciencia ficción no es, necesariamente, para adultos. Las obras de este tipo destinadas para los niños no tiene por qué ser superficiales y no hay razón por la que deban traicionar la esencia del género
para adaptarse al público infantil. Se pueden hacer buena ciencia ficción a varios niveles: con una buena trama que hable el lenguaje genérico y elementos, gags y personajes que sean apreciados por los más jóvenes.

Los productores y escritores de las películas de animación de los últimos años son expertos en esta doble lectura de sus guiones. El modelo de este tipo de filmes es Shrek, que cuenta una desmitificación de todos los cuentos infantiles que los padres captan y, por otro lado, una historia de un ogro guarrete que hace las delicias de los niños.

Wall·e es una película recomendable para los aficionados de la ciencia ficción. Lo es, primero, por la calidad de la animación que ha conseguido Pixar. Las imágenes de los robots, naves y la Tierra futura son impecables, no sólo para ser una animación, sino que parecen reales. Los personajes, desde el punto de vista estético, resultan increíblemente perfilados.

Segundo, la historia de ciencia ficción es excelente. La película plantea no sólo la necesidad de un respeto del sistema ecológico de nuestro planeta -sin caer en extremismos-, sino que expone que la evolución humana no sólo depende de nuestro entorno, sino de nuestras decisiones como sociedad. Si el género humano se acostumbra a una vida cómoda, donde las mejoras tecnológicas suplan todo esfuerzo, las consecuencias acaban alienándolo. Los hombres corren el peligro de volverse inútiles, cerrados ante la realidad, dependientes como niños de corta edad.

Por otro lado, el público infantil apreciará las aventuras de Wall·e y su lucha por Eva, la robot de la que se enamora. El protagonista resulta entrañable, gracioso y es difícil que no producza simpatía. La película se entiende fácilmente y eso que todo el guión se podría resumir en tres páginas de diálogos.

Wall·e es una película recomendable, una auténtica cinta para todos los públicos. Sólo será despreciada por aquel que se deje llevar por los prejuicios ante la animación y aquel que odie, por principio, al género de ciencia ficción.

miércoles, 6 de agosto de 2008

¿Qué es la Ciencia Ficción? Definición

El término de Ciencia Ficción es un género y por tanto es una institución humana que se crea con un fin concreto. En esto se parece a cualquier género literario, periodístico o cinematográfico. En resumen, es un término que recoge diversos elementos con ciertas características similares, que van variando con el tiempo. Esto último resulta crucial: un género va cambiando con el tiempo, metamorfoseándose según evolucione la percepción del público y la variedad de las obras producidas. Así, lo que hoy pertenece a la Ciencia Ficción, puede que mañana no se incluya, y viceversa.

Aunque desconozco el origen del término de Ciencia Ficción, me imagino que nacería en la literatura y, por extensión, se acabaría aplicando a las obras cinematográficas. Su título, Ciencia y ficción, creo, ha sido desbordado por el contenido, o por lo menos, tal como entiendo yo el término. Quizá en su origen toda la Ciencia Ficción planteaba cuestiones científicas, pero creo que hoy no es condición imprescindible, por dos razones: primero, en gran parte de Ciencia Ficción actual el objetivo no es el despliegue, didáctico, de ciencia, sino el entretenimiento a partir del relato de aventuras de los personajes; segundo y más aún, muchos de los planteamientos de la Ciencia Ficción actual van totalmente en contra de la ciencia en general. La espada láser de la Guerra de las Galaxias es científicamente imposible, así como el viaje por encima de la velocidad de la luz de Galactica, Star trek o Stargate Atlantis.

No tengo ningún reparo ante el otro elemento del término. La Ciencia Ficcion es ficción ante todo, es decir, no hay un correlato real de lo que se cuenta. Más aún, se llevamos al extremo el término de ficción, la Ciencia Ficción es la mayor ficción posible, pues no sólo los hechos no se han producido, sino que incluso, en el momento, no se podrían producir. Resultaría complicado cambiar a estas alturas el término de Ciencia Ficción, pues resulta útil para definir un conjunto de obras de fácil identificación. Como género, está claramente definido.

En mi opinión, la Ciencia Ficción debe aplicarse al contenido, no a la forma: dentro del género se recogen tanto las obras literarias, como las audiovisuales o las periodísticas. ¿Y qué está en el núcleo del género? Creo que en su punto de partida se encuentra la alteración de un elemento de la naturaleza (humana o física) que, en el momento de la creación de la obra, no es real. En la Isla, por ejemplo, se altera a los personajes, clones de unos ciudadanos normales. En Blade Runner, se altera, por un lado, el tiempo (el futuro) y, por otro, a los personajes (alguno es un robot). En Viaje en el Tiempo, se altera el tiempo. En Matrix, tanto tiempo, espacio y personajes son alterados. En el Planeta de los Simios se altera el tiempo, el espacio y los personajes. En Veinte mil leguas de viaje submarino, se altera un elemento del espacio, un submarino, que en el momento no era real.

Si el relato fuese una fórmula matemática, la Ciencia Ficción cambia alguno de los elementos (que normalmente no se puede alterar) y se pregunta por los resultados de tal alteración. La Ciencia Ficción es un "¿y si?", que después deja correr a los personajes y observa cuál es el resultado
. ¿Y si descubres un día que eres un clon de otra persona? ¿Y si tu realidad es una mentira y estás conectado a una máquina? ¿Y si viajamos al futuro? ¿Y si creamos robots en el futuro, podemos distiguirlos de nosotros? ¿Y si pudiésemos bajar al fondo del océano?

martes, 22 de julio de 2008

Dune, de Frank Herbert

Dune, edición española Bestseller, Debolsillo, Mondadori, Barcelona, 2007
Original publicado en 1965

Dune es uno de los grandes clásicos de la literatura de Ciencia Ficción. El libro ha generado una de las sagas más importantes de este género, primero de la mano de Frank Herbert y después de la de su hijo, Brian Herbert. Esta primera entrega de la fase ha sido llevado al cine por David Lynch en una película protagonizada por Max von Sydow y Sting, de calidad dudosa, que hoy se queda muy vieja.

La historia de Dune cuenta una historia mesiánica y de aventuras en una civilización humana que parece tener un origen terráqueo. Los humanos se organizan en un Imperio Galáctico, donde la fuerza de las grandes casas ducales compensa el poder del Emperador. En Dune se nos cuenta el enfrentamiento entre los Harkonen y los Atreides por el control de la melange, una especia que permite la seguridad de los viajes espaciales. En la lucha, la historia arranca con al llegada de los Atreides al planeta y cómo planean su extinción los Harkonen. En su afanes por dominar la especia, casi terminan con la casa Atreides y obligan a los pocos restos de ella, el heredero ducal y su madre, a vivir como fugitivos en Dune

En ese planeta desértico, el joven Paul Atreides, se convierte en el nuevo Mesías (Muad'Dib) del pueblo Fremen, que ha podido sobrevivir en el planeta gracias a una cultura donde el agua es el bien más preciado. En este mundo el mayor honor que puede hacer un hombre por otro es ofrecer su agua por él, es decir, llorar por su muerte. Cada gota de agua es un tesoro y en estas tribus el cuerpo pertenece al individuo, mientras que su agua es de su pueblo.

La novela fundamenta su éxito en varios elementos. Primero, su capacidad para generar un mundo distinto, donde todos los elementos encajan de forma coherente. No nos extraña leer cómo a los hombres, a su muerte, se les extrae el líquido o que todos vistan un "destiltraje", donde todo el agua perdida se recupera para ser absorbida de nuevo por el cuerpo. Entendemos la ignorancia mítica y religiosa de los Fremen, caballeros de los enormes y kilométricos gusanos, la única gran especie que sobrevive en el desértico planeta.

Segundo, el libro cuenta con una gran calidad literaria. Las descripciones nos hacen entender los elementos técnicos y culturales de este nuevo mundo y la narración es directa y sencilla. Además, en apoyo de este mundo creado de la novela, se insertan pequeñas narraciones sobre el nuevo mesías que nos hacen presentir qué será del joven Paul Atreides. Excepto en algunos momentos oníricos y místicos de los personajes, el libro resulta sencillo de leer.

Un tercer elemento que le da valor al libro es, por un lado, la profundidad de los planteamientos políticos, psicológicos y éticos de los personajes, y, por otro, las grandes conexiones con nuestra cultura. La historia de Paula Atreides recuerda a Jesús y, especialmente, a Mahoma (por el origen guerrero del mesías y la pronunciación de muchos de los nombres del libro). Las luchas entre las Casas y el Emperador recuerdan a las luchas en el Imperio Germánico, así como la lucha del pueblo Fremen tiene similitudes con la del Palestino.

Finalmente, otro de los puntales del libro son sus personajes, bien perfilados y humanos. Los Harkonen son tremendamentes crueles, pero en realidad tienen una mentalidad de hiena despiadada que llegamos a comprender. Los Atreides son nobles, pero el mismo Duque Leto Atreides (el padre del protagonista) duda de su capacidad para dominar el planeta y piensa cómo subyugar a sus enemigos. Paul se ve arrastrado en su misión mesiánica, pero se ve incapaz de frenar su yihad, casi sin libertad.

El libro no gustará a aquellos que gusten de historias sencillas, de lectura rápida. Para captar la historia es necesario aprenderse una lista de nombres de los personajes y tener paciencia para revisar en alguna ocasión lo leido. Gustará en cambio los que aprecien la buena literatura de ciencia ficción, aquella que plantea nuevos mundos con personajes que son como nosotros y que actuarían como nosotros.

miércoles, 11 de junio de 2008

Final Fantasy (La fuerza interior) de Hironobu Sakaguchi

Final Fantasy: The Spirits Within
Japón / Estados Unidos
2001


Las buenas películas de ciencia ficción nunca se quedan viejas. Años después de estrenarse, cuando la tecnología y los efectos visuales y especiales han mejorado, la buena ficción no parece acartonada y gris. No sucede así porque la buena ciencia ficción esconde algo detrás de los fuegos artificiales: unos buenos actores, un buen guión y, sobre todo, un mundo creado convincente.

Dudo que Final Fantasy supere el juicio del tiempo. La película se presenta como una gran producción en la que todos los personajes son creados en el ordenador y no se emplea la tecnología de los dibujos animados. Sin duda, este aspecto es espectacular, pero, a parte de esto, la película no es más que un bonito experimento. Resulta increíble cómo han conseguido animar el pelo de la protagonista, o el efecto de los fantasmas que arrancan el alma a los humanos, pero tanto los personajes como la historia resulta muy poco solidos.

Final Fantasy cuenta la historia de Aki Ross (la chica), una bióloga que busca la forma de derrotar a unos invasores extraterrestes que han devastado al planeta Tierra. Junto al Doctor Cid (el listo), buscan un alma "universal" compuesta de diversas ondas (a su vez encerradas en diversas formas de vida) que acaben con todos los invasores. Para ello son ayudados por el capitán Gray Edwards (el chico) y el sargento Ryan Whitaker (el amigo del bueno). La búsqueda se hace a contrarreloj pues el General Hein (el malo) pretende destruir los fantasmas con un satélite mortífero que pone en riesgo la pervivencia del planeta. Toda el argumento se endulza con una ecofilosofía en la que todos los seres vivos tienen una onda personal única que los hace inmortales, incluida la propia Tierra, Gaia.


Uno de los principales defectos de la película no sólo se encuentra en la limitación -en número- de los personajes sino en que éstos son planos y estereotipados. En total, en la película no aparecen más de 10 personajes y los protagonistas no nos ofrecen una riqueza interior suficiente para hacer interesante la trama. Aunque el final sea, hasta cierto punto, sorprendente, no sufrimos por unos personajes fríos y distantes. Más aún, los verdaderos malos de la historia (los fantasmas) no encarnan ningún tipo de valor, parecen más testigos que contrapeso al pensamiento de los protagonista. Los malos hacen el mal porque sí, porque están enrabietados, pero no por una razón de peso en conflicto con los ideales de los protagonistas.

Además, otra de las pegas se encuentra en el pensamiento de fondo (no muy muy lejos en este caso). Que no nos engañen: la teoría de las "ondas vitales" no nos dice nada de cómo es el hombre y qué se espera de él, sino que tenemos mucho en común con un lagarto o un hongo... Finalmente, los efectos visuales de Final Fantasy se centran es aspectos poco espectaculares. Qué oportunidad se pierde, por ejemplo, de representar grandes batallas espaciales, destrucción de grandes ciudades por parte de los fantasmas o grandes movimientos de cámara.

La película gustará aquel que busque entretenimiento sencillo, acción pura y nada de pensamiento posterior. Desagradará a todos los que la ciencia ficción no es una excusa para demostrar qué conseguimos en lo audiovisual, sino que el planteamiento de cuestiones últimas resulta crucial.

Y para terminar y en conclusión, no les dirá nada a los que, dentro de unos años, vuelvan la vista atrás y analicen, con ojo crítico, el film.

jueves, 1 de mayo de 2008

Jericho, de la CBS

Jericho, 2007-2008
Cadena CBS
Productores (Jon Turteltaub, Stephen Chbosky y Carol Barbee)

La mejor ciencia ficción audiovisual se produce en Estados Unidos. Este primer puesto en el ranking mundial no se produce sólo por la calidad y variedad de series y películas, sino por la existencia de un mercado amplio que consume y aprecia la ciencia ficción. Son innumerables las buenas series de ciencia ficción que se han producido en los últimos años (Heroes, Battlestar Galactica, Stargate, Stargate Atlantis, Andrómeda, Tierra 2, Babylon 5, Seaquest o Star Trek y hasta cierto punto, Perdidos).

El hecho de haber sido producidas en Estados Unidos hace que algunas de estas películas o series tengan una impronta netamente del país, no sólo en sus personajes, sino en los dilemas políticos o históricos planteados. A los seguidores de este tipo de historias no les resulta inaudito que los protagonistas sean estadounidenses o que, de vez en cuando, se haga algunas afirmaciones patrióticas. La mayoría de estas alusiones son leves y en pocas ocasiones se hacen tan extremas como para molestar al espectador no demasiado sensible (como sucede, por ejemplo, en la película Independence Day).

A esta conexión con el pensamiento norteamericano se une, en algunas ocasiones, ciertos planteamientos basados en pilares mucho más elementales, clásicos, muy relacionados con el origen de tradición republicana de los Estados Unidos. Esta similitud griega o romana se hace en ocasiones muy patente, como en Battlestar Galactica -donde los dioses citados son griegos-, o a veces las referencias clásicas son leves, más relacionados con los dilemas morales y juicios políticos realizados por los personajes.

En el caso de Jericho, esta relación con los planteamientos clásicos se hace en un nivel político muy básico, que era el preferido para los griegos. Jericho es una polis aislada, cortada del resto de la humanidad por un holocausto nuclear que ha eliminado a casi todas las principales ciudades de Estados Unidos. En este pequeño microcosmos, los dilemas planteados (por lo menos en la primera temporada) tienen más que ver con la democracia, la justicia, la autoriad, la legalidad de la venganza, la legitimidad de la fuerza del Estado, etc. Por supuesto que al final de la primera temporada y comienzo de la segunda se encuadran estas luchas dentro del contexto americano, pero los temas de fondo siguen siendo políticos, en un sentido clásico.

¿Puede un gobernante olvidarse de las opiniones del pueblo aunque éstas lleven a la destrucción de todos? ¿Debe la legalidad imponerse aunque implique consecuencias nefastas? ¿Hasta qué punto se puede defender una ciudad ante un ataque? Que es mejor, ¿dejarse vencer por el injusto para no romper las reglas o utilizar las mismas armas del injusto para sobrevivir?

El principal valor de la serie Jericho se encuentra en esta formulación de cuestiones profundas gracias a las interacción de los personajes. Como en la mejor ciencia ficción, cambiando algunos de los parámetros normales de una situación (en este caso, la normalidad del país), se deja evolucionar a los sujetos para examinar cómo se enfrentan al cambio en el sistema. En este caso, el cambio es fundamentalmente político (el Estado ha desaparecido), por lo que los dilemas son políticos.

Quizá la complejidad de lo que subyace debajo de la historia y la aparente simplicidad de la narración ha provocado que la serie no haya triunfado ni dentro ni fuera de Estados Unidos. En norteamérica la CBS canceló la segunda temporada y sólo la presión popular a través de
campañas por internet obligó al rodaje de otros siete episodios, tras los que ha anunciado de nuevo la retirada de la serie. En España la serie se emitió por Tele 5 y, tras varios resultados de audiencia desastrosos, la cadena decidió emitir los últimos capítulos de la temporada de un tirón, hasta altas horas de la madrugada.

A los estadounidenses no les gusta ver su país de rodillas ni al resto del mundo ver los problemas de un pequeño de Estados Unidos por la desaparición de su Estado. No gustará a la serie a aquellos que buscan en la ciencia ficción grandes espectáculos audiovisuales ni mundos artificiales. Jericho es política o sociedad ficción, pero en ella la tecnología es la que empleamos todos para ir al trabajo, los coches no vuelan sino que todavía emplean la gasolina y las familias son familias como las nuestras.

Jericho es una buena serie de ficción incomprendida, que plantea los "Y SI" que la buena ciencia ficción sabe preguntar. Julio Verne no estaba loco cuando escribía sobre un viaje a la luna o sobre un submarino nuclear. Verne no planteaba nada descabellado, sino se adelantaba en su tiempo y, a partir de lo ya existente, se preguntaba sobre las posibilidades del ser humano. Jericho parte de un dato descabellado (un ataque simultáneo a las grandes ciudades de Estados Unidos), pero, al fin y al cabo, refleja a distintos tipos de seres humanos intentando reaccionar como lo haríamos todos nosotros.

martes, 8 de abril de 2008

La carretera, de Cormac McCarthy

The road (2006)
Ed. española de 2007
Literatura Mondadori

210 páginas
ISBN: 978-84-397-2077-5

La carretera es un libro duro, sangriento, terrible, pero tremendamente catártico y positivo. Su marco narrativo es muy sencillo: un hijo y un padre caminan por una carretera tras un desastre mundial que ha dejado el mundo, literalmente, en cenizas. No conocemos el origen de la hecatombe, que descubrimos por sus efectos: gran parte de la humanidad ha muerto y la naturaleza se ha convertido en polvo gris que mancha los pulmones de los pocos supervivientes. Los hombres han reducido su vida a una búsqueda constante de comida, refugio y seguridad. En este mundo frío, gris y sin esperanza, los hombres ya no son personas y no hay regla moral que valga.

En este contexto, el pequeño núcleo familiar de padre e hijo viaja sin descanso por una carretera en dirección al sur. Mientras luchan por sobrevivir a las bandas de antropófagos, a la carestía y al tremendo frío, el padre intenta dirimir si será capaz de matar a su hijo en caso de ser atrapados.

Como en muchos relatos, lo importante del viaje no es el destino, sino lo que hay antes de llegar a él. El libro juega en sus páginas con profundos conceptos morales y filosóficos. A pesar de lo terrible de la situación y de que el libro sea, en su gran parte, un mero diario de la búsqueda de alimento y calor de los protagonistas, lo poco que permanece del antiguo mundo no es arbitrario. En este tipo de relatos, los restos de la humanidad acaban siendo lo mínimo a lo que reduce la existencia humana su autor. Lo primero que queda, primero, es la carretera, punto de paso, de cambio y esperanza de alcanzar una situación mejor, aunque conlleve trabajo y sacrificio. Segundo, quedan los restos de la antigua civilización y, más en concreto, las casas de los hombres fallecidos. No me parece arbitrario que los dos protagonistas sólo encuentren comida en abundancia sea en hogares, donde no encuentran cadáveres. Reducidos a lo mínimo, la esperanza se encuentra en este tipo de edificios, aunque no la seguridad, pues el miedo a ser atrapados en una trampa les hace no parar demasiado tiempo en ningún lugar. Finalmente, queda del antiguo mundo la familia, es decir, ellos dos. Entre padre e hijo se producen pocos conflictos reales y entre ellos el sacrificio es extremo, hasta el punto de arriesgar la vida. El mundo desmoronado no es capaz de engullir al reducido mundo familiar, que, pase lo que pase, se resiste a perder la esperanza, aunque por separado vean poca salida real.

El mundo, dentro de este microcosmos familiar, queda reducido a dos bandos: los buenos y los malos. Los primeros, como explica el padre en lenguaje infantil, "lleva el fuego". Ellos no matan por comer, ni matan por placer. Sólo la rotura de este compromiso moral con la decencia es capaz de romper con el propio vínculo familiar.

La carretera, partiendo de una historia repetitiva, dura y cruel, va más allá de una road movie. El libro lleva al límite la maldad e inconsciencia humana, por lo que deben evitarlo aquellos que busquen una bonita historia de mundos fantásticos. Es una novela más introspectiva que de ciencia ficción, aunque el contexto sea de un mundo futuro plausible. Gustará a aquellos con estómago de hierro, capaces de captar debajo de una historia cíclica el profundo entretejido del hombre.

lunes, 4 de febrero de 2008

Soy leyenda, de Richard Matheson

I am legend (1954)
Ed. española
Clásicos Minotauro 2007
ISBN: 978-84-450-7663-7
179 páginas


Soy leyenda es más que un libro de vampiros. Los malos rechazan las cruces, no soportan los ajos y convierten a los demás en vampiros mordiéndoles en el cuello. A pesar de ello, el libro no es una historia de chupadores de sangre al uso, sino que tiene un punto de tratado del vampirismo. Richard Matheson intenta darle un sentido más racional a los enemigos: los vampiros en realidad son enfermos de una extraña patología, que los consume a la vez que los va matando. Robert Neville, el último hombre en la tierra, los estudia para acabar con ellos, y explica cada una de sus rasgos. No es, por otro lado, un libro de zombies, lo que le diferencia claramente de la versión para cine (2007) protagonizada por Will Smith.

Aunque ya se ha avanzado parte del relato, Soy Leyenda explica la vida de Robert Neville, el último hombre en la tierra tras una catástrofe apocalíptica. En el desarrollo de la historia se superponen dos tramas: la vida cotidiana de Neville en las calles de Nueva York, infestadas de vampiros, y su investigación en el origen del mal y sus consecuencias; y, por otro lado, sus recuerdos antes y durante de la catástrofe bacteriológica. Neville no es un héroe (se pasa la mitad del tiempo borracho en su escondrijo), sino un superviviente en un ambiente asfixiante e inhumano.

Soy leyenda no le gustará a aquel que acuda al libro después de haber visto la película, pues la plasticidad del filme poco tiene que ver con la historia original. No hay grandes herocidades o aventuras, el Neville del papel carece de la mayoría de las virtudes que refleja el Nevill fílmico. Por otro lado, el libro es mucho más negativo que la película: Neville no es una leyenda para los humanos, sino para los vampiros. Tampoco gustará el libro al lector impresionable. La novela es cruda, como lo es la historia de un hombre acorralado que mata por el día de forma cruel y hasta cobarde, y que se esconde mientras le rodean y le increpan de noche.

El libro, en cambio, gustará a aquel lector interesado por la ficción apocalítptica, aquel que se pregunta qué pasaría si nuestra sociedad desapareciese de repente. Será apreciado por aquel que se pregunta si el hombre sigue siéndolo cuando no existe una comunidad a su alrededor. Incluso va más allá: ¿es acaso normal aquello mayoritario o la normalidad está fijada en función de los criterios mentales del individuo?